Discurso 02/2012
03 de abril de 2012
México vive una crisis sin precedente en lo que se refiere a violencia; tanto la violencia debida a la criminalidad, como la que deriva de su combate. En ese escenario, el riesgo para la vigencia de los derechos humanos se ha incrementado, cobrando vidas de personas dedicadas a la defensa de estos derechos, de profesionales del periodismo y la comunicación y comprometiendo la integridad de niñas, niños, adolescentes, hombres y mujeres que viven en situaciones de vulnerabilidad planteadas por su condición económica, su estatus migratorio, su posición como víctimas del narcotráfico o la trata de personas, o como parte de los llamados daños colaterales de la estrategia contra la delincuencia.
Con frecuencia se afirma que en esta ciudad no hay violencia porque no la se ve de forma explícita, pero hay que tener en cuenta que la violencia no se manifiesta solamente en su expresión armada. También el crecimiento desmedido de los proyectos urbanos —el urbanismo salvaje como le llama Aguayo— es violencia; el abandono, maltrato y criminalización de las poblaciones callejeras es violencia; el usufructo del espacio público es violencia; la desatención de los cuidados que merece el ambiente es violencia; la corrupción es violencia; el maltrato carcelario, la presentación de probables responsables ante los medios de comunicación, el arraigo, todo ello es violencia. En la medida en la que se exacerba en los más vulnerados es violencia contra las y los jóvenes pobres, las personas con discapacidad, las y los migrantes; y en la medida en la que deriva del incumplimiento de las obligaciones del Estado, es sin duda, violencia de Estado.
En ese contexto, el Distrito Federal tiene la gran oportunidad de afirmarse como un espacio capaz de aportar soluciones alternativas a las del “combate de la violencia con más violencia”. En esta ciudad, la ley ha reconocido para las personas más derechos; y la discusión pública que hemos dado alrededor de esos progresos ha fortalecido, no tengo duda, una sólida conciencia sobre lo que significa el respeto a esos derechos en la vida cotidiana de todas y de todos.
Contra la violencia, los derechos humanos. Hoy mas que nunca, los derechos humanos deben ser asumidos como núcleo de la democracia, como eje de la política pública y como razón de ser del Estado constitucional al que aspiramos.
En esta ciudad hay mucho avanzado, pero hay aún mucho más por avanzar. Los pendientes que en la materia deberán asumir los nuevos gobernantes se dan en el contexto de una sociedad más consiente de sus derechos a la que cada vez será más difícil cooptar o someter, y mucho menos dispuesta a tolerar la corrupción y el autoritarismo.
A esta generación toca el reto de implementar la reforma más importante a la Constitución desde 1917; para ello hay que asumir que se requiere un cambio previo en la forma de entender el derecho, la política y las relaciones con la ciudadanía.
No tengo duda en afirmar que la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal tiene un rol protagónico en todo este proceso. Hacemos un llamado para que esta Asamblea haga lo necesario para que el resto de los órganos de gobierno del Distrito Federal se comprometan seriamente con la Reforma, de modo que consolidemos para habitantes y transeúntes de esta ciudad, un marco sólido y efectivo para el respeto de sus derechos.
Para ello, es fundamental que este órgano legislativo sea un aliado en la contención de los abusos de la autoridad; desde la propia actividad legislativa, como lo ha hecho frente a la tortura y como esperamos que lo haga frente al arraigo, desde su compromiso con el nuevo marco constitucional, declinando la tentación de hacer de la ley un instrumento del autoritarismo, y desde su soberanía, como representación popular, llamando a cuentas a quienes violan los derechos de sus representados.
Ese es el camino que a la Asamblea toca avanzar para la construcción efectiva de un régimen democrático basado en los derechos.
Finalmente, no quiero abandonar esta tribuna sin agradecer el trabajo de esta V Legislatura, el compromiso de las diputadas y diputados que respaldaron la labor de la Comisión, y el respeto de quienes decidieron mostrar sus desacuerdos con altura parlamentaria. Enhorabuena lo que venga para ustedes.
También quiero agradecer la paciencia, el apoyo y el cariño de mi familia, de mis hijas e hijo —Diego, Ana Paula y Juliana que están aquí presentes— y de mi compañera de vida —Laura— que por razones de responsabilidad profesional no ha podido acompañarnos.
Gracias a todas y todos.